Me sentí observada al milímetro, así que mantuve los ojos en la pista, dejando que él me mirara. Me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no me sentía incómoda. No era el tipo de mirada que me dirigían los vecinos del pueblo; ni la mirada de los chicos que se me acercaban con ánimo de ligar. Era como si él me acariciase con los ojos, me mimase y me hablara con ternura a través de ellos. Percibí que le gustaba y sentirme así me producía una tranquilidad, una sensación de normalidad . Había llegado a creer que nunca más volverían a mirarme como él lo hacia, si es que alguien lo había hecho alguna vez de aquella forma.

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